La malograda expedición de Malaver, y la derrota de Serpa en los Cumanagotos habían dejado esparcidos muchos españoles sin acomodo en la gobernación de Venezuela, de suerte que Salamanca tuvo poco que hacer para juntar setenta hombres con los cuales salió del Tocuyo, y atravesando sin obstáculos todo el país de Curarigua llegó al sitio de Baraquigua donde fundó en 1572 la ciudad de San Juan Bautista del portillo de Carora, que tardó poco en poblarse con los españoles refugiados a sus inmediaciones de resultas de la fatal conquista del Dorado. Bien es verdad que el espíritu político de la España contribuía poco a favorecer los países que no poseían metales o aquellos frutos preciosos que llamaron la atención de la Europa en los primeros tiempos del descubrimiento de la América; y Venezuela con sólo su cacao debía figurar poco en el sistema mercantil del Nuevo Mundo: Méjico y el Perú ocupaban toda la atención del Gobierno y atraían todas las producciones de la industria española; de suerte que Venezuela apenas podía decir que estaba en relación con la madre patria. Aunque Fajardo logró vindicar sus derechos no pudo volver a pensar en sus proyectos sobre el valle de San Francisco, porque su presencia era necesaria en el Collado para contener las atrocidades que cometía en todas las poblaciones de la gobernación de Venezuela el facineroso Lope de Aguirre, a quien la historia da impropiamente el epíteto de tirano.
Y Dios se va apiadando de Makar, comprende que Makar ha sido, sobre la tierra, como la organiza¬ción social lo había moldeado, y súbitamente, las puertas del Paraíso se abren para él, para Makar. Se reía enseñando los dientes anchos y albísimos, mientras que con mano hacendosa exprimía los cabellos goteantes sobre el corpiño desabrochado. Los celos que los divinos griegos inmortalizaron, le desencuadernan la economía, le tiran abajo la quietud, le socavan la alegría de ahorrarse dos pesos se¬senta y cinco centavos por día; y desesperado hace rechinar los dientes y mira a su cliente como si quisiera darle tremendos mordiscones en los ri¬ñones. De esos dos fantasmas sólo` veía yo dos ojos burlo¬nes, los de ella, diciendo: “qué poca cosa sos”, y entonces, créame, aun¬que estaba adolorido, con los músculos tensos, casi quemando, hacia un esfuerzo, apretaba los dientes y rabioso persistía en el ejercicio, en la ejecución perfecta de los movimientos.
A veces se pone pálido, supervigo a veces le fulguran los ojos. A veces voy a su café y me quedo una hora, dos, camisetas de futbol replicas tres. Sufre. Yo veo que sufre, que sufre honradamente; que sufre olvidando en ese instante que su mujer le aporta una economía diaria de dos pesos sesenta y cinco centavos; que su legitima esposa aporta a la caja de aho¬rros novecientos sesenta pesos anuales. El cree que cuando le miro a la mujer estoy pensando en ella, equipaciones de futbol baratas y está equivocado. Cierto es que le pegaba a su mujer, pero le pe¬gaba porque estaba triste; cierto es que mentía, pero otros que tenían mu-cho más que él también mentían y robaban. Son ochenta pesos. ¿Saben ustedes los bultos, las canastas, las jornadas de dieciocho horas que éste trabajó para ganar ochenta pesos mensuales? Son ochenta pesos mensuales. Mediante este sistema, mi hombre honrado economiza, al fin del año, la respetable suma de novecientos sesenta pesos sin contar los intereses capitalizados. Con este traje parecerás un tizón encendido. Bueno: este hombre honrado tiene una esposa honrada. Una vez me apañaron antes de acabá el rezo y me encerraron en una pieza, con doble yave; pero me volví hormiga y me picurié.
En esta vez fue Franco quien hizo el mohín. Estos hombres en vez de rastrillar la tierra, como era su deber, permanecían de brazos cruzados en honor a la cien¬cia, a la naturaleza y al latín. Y la balanza cargada de las culpas de Makar se inclina cada vez más hacia el infierno, y Makar trata de hacerle trampa a Dios pisando el plati¬llo adverso; pero aquél lo descubre, y entonces insiste-: ¿Ves como tengo razón? Como Barrera se enteró de eyo, el viejo, para desmentirlo, hizo un simulacro de negocio con Fidel Franco, sin advertirle que era una simple treta contra el molesto huésped. Dicho procedi¬miento le ahorra los ochenta pesos mensuales que tendría que pagarle a una victrolista. Yo comprendo, sin haber hablado una sola palabra con este hombre, el problema que está encarando su alma honrada. Lo comprendo, lo interpreto, lo «manyo». Al mismo tiempo quiere a su mujer. Los obstáculos que encontraba a cada paso le hicieron contentarse por algún tiempo con el beneficio de los cueros del mucho ganado vacuno que había en los Llanos de Mataruco, sin hacer otra cosa que edificar bajo la advocación de San Pedro Mártir un fortín, en el sitio que ocupa hoy el pueblo de Clarines.