En el momento en que terminaba de escribir la palabra «los tribunales» una ráfaga tibia ha venido de la calle, y el tema del hombre que necesita un millón de pesos para mañana a la mañana sin falta, se me ha ido al diablo. En Rusia, al menos en la época del zarismo, todos los relojeros eran sindicados como semirrevolucionarios. Cierto es que Silvestre III gozaba de fama de ser un poco mago y cultivador de la ciencias ocultas, camisetas de futbol 2024 pero en esa época todo ar¬te un poco delicado recibía el nombré de brujería. Y no sé de dónde se me ocurrió la idea de que los relojeros, en el fondo, debían ser todos medios anarquistas y fa¬bricantes de bombas de reloj. Hubo momentos en que sólo se oía el ruido de los pedales y el charloteo del loro en la estaca. Las ventajosas relaciones que Colón hizo en la Corte del país que hoy forma la provincia de Venezuela excitaron la codicia de Américo Vespucio, que se unió a Alonso de Ojeda, comisionado por el Gobierno para continuar los descubrimientos de Colón en esta parte de la América. Las estadísticas policiales no dan nunca un relojero criminal.
A lo mucho, cuando se irritan en sus hogares, le dan dos puntapiés a la mujer. Verdad que ella seguía enclaustrada en su misterio, mas yo me agasajaba con esta seguridad: son extravagancias de mujer rica. Pero en ese caso la mujer tiene que ser muy perversa. Colón, infatigable en favor de la España, volvía por la tercera vez a América con designio de llegar hasta el Ecuador; pero las calmas y las corrientes le empeñaron entre la isla de Trinidad y la Costa Firme, y desembocando por las bocas de Drago descubrió toda la parte que hay donde este pequeño estrecho hasta la punta de Araya, y tuvo la gloria de ser el primer europeo que pisó el continente americano, equipaciones futbol que no lleva su nombre por una de aquellas vergonzosas condescendencias con que la indolente posteridad ha dejado confundir el mérito de la mayor parte de los hombres que la han engrandecido. Fuí hasta muy lejos, y, gracias a mi potro, no morí atropeyao. Casi todos los relojeros son pálidos, lentos en modales, silenciosos. De allí que los relojeros actuales sientan en sus almas esa especie de nos¬talgia del prestigio que les rodeó en tiempos de la clavícula del Rey Salomón.
Hoy, los relojeros medran en esta ciudad a costa de duras penas. Fueron los primeros movimientos de la sorpresa de Losada dirigidos a pedir consejo a sus capitanes, pero presentándole su intrepidez mayores riesgos en la dilación, y la disputa la dirimió desbaratando él mismo con la caballería la vanguardia de los bárbaros; su gran número y el conocimiento del terreno les permitió volver a reunirse y dejar dudoso el éxito de la acción; si Francisco Ponce, cortándoles por la retaguardia, y Losada acudiendo con su denuedo a animar a los que flaqueaban en el centro, no hubiesen hecho en ellos tal carnicería que los obligó a dejar franco el paso a costa de una completa derrota por su parte y de muy pequeña pérdida por la de los españoles. Después que me aparté del latoso relojero, me quedé pensando en este gremio misterioso y dueño del tiempo. Con decirle que yo he estado nueve meses sin trabajo, bus¬cando empleo de relojero, y eso que soy oficial. Y es que en otros tiempos el oficio de relojero era un trabajo lleno de con¬diciones misteriosas, y casi sagradas. Salvo los aristócratas de la relojería, el resto se ve relegado a innobles cuchitriles don¬de tienen que lidiar con relojes baratos y de «serie», llenos de defectos, y que requieren un trabajo espantoso para evitar que den las doce antes de hora.
No sé si se han fijado en el fenómeno; pero to¬dos aquellos que tienen un pantalón calafateado, emparchado o taponado, que según las averías del traje se puede definir el género de compostura, re¬miendo, parche o zurcido; todos aquellos que tienen un traje averiado sobre las asentaderas, meditan con semblante compungido en la brevedad del im¬perio del sobretodo. Y con acento cálido refirió que Barrera había venido a llevar gente para las caucherías del Vichada. El hallazgo de una veta de oro fue más bien el origen de las desgracias que la recompensa de los trabajos de Fajardo. Dejando a su devoción a Guaymacuto, cacique de las cercanías de Caravalleda, y comprometidos a sus compañeros en volver con él a la conquista de los caracas, abandonó Fajardo la costa; pero no los designios que tenía de establecerse en el valle de Maya. Entró esta, y abriendo el cajon de su mesa, estrajo de él su costura, acercó una silla, aproximó la luz, y dando la espalda á la puerta inclinó su graciosa cabeza y empezó su labor.