Mirá qué buen muchacho es. Y el buen muchacho era el que le ponía alfileres en el asiento al maes¬tro, pero sin que nadie lo viera; el buen muchacho era el que convencía al maestro de que él era un ejemplo vivo de aplicación, y en los castigos colectivos, en las aventuras en las cuales toda la clase cargaba con el muer¬to, él se libraba en obsequio a su conducta ejemplar; y este pillete en se¬milla, este malandrín en flor, por «a», por «b» o por «c», más profun¬damente inmoral que todos los brutos de la clase juntos, era el único que convencía al bedel o al director de su inocencia y de su bondad. La bondad de este hombre siempre queda sin¬tetizada en estas palabras: «El proceso no afectó ni mi buen nombre ni mi honor». Se salvó «sin que el proceso afectara su buen nombre ni su honor». Tengo el inconveniente de que me achacan el robo de una novilla y me trajeron preso, pero mi padrino me dio el pueblo por cárcel, y luego a falta de Comisario, me hizo el honor a mí. Sí, indulgentes. Porque más de una vez he pensado que la magnífica indulgencia que ha hecho eterno a Jesús, derivaba de su con¬tinua vida en la calle.
Pocas ciudades de América pueden gloriarse de haber hecho tan rápidos progresos como los que hizo Trujillo en el primer siglo de su establecimiento. Era verdad, y sería ingratitud no reconocerlo y proclamarlo, que le había hecho distinciones honrosas. No te ha¬blaré, del tiempo espacio, porque sos muy burra para entenderme; pero atendé estas razones que son de hombre que ha vivido y que preferiría vender verdura a escribir: «No lo desprecies al tipo que llevás al lado. No, nena; no lo despre¬cies. «El tiempo, esa abstracción matemática que revuelve la sesera a to¬dos los otarios con patentes de sabios, existe, nena. Y sobrándo¬la, yo le decía «in mente»: -Nena, no te hablaré del tiempo, del concepto matemático del ran¬tifuso tiempo que tenían Spencer, Poincaré, Einstein y Proust. ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Y para ahorrarse saliva movía la «zabeca» como mula noriega. Y cuando el gaita mótorman arrancó, él, como quien saluda a una prince¬sa, se quitó el capelo mientras que ella digitaleaba en el espacio como si se alejara en un «píccolo navío». Y ella desde arriba y él desde la rúa, se miraban con comedia de despedida sin consuelo.
Sobre ella se elevaban cuatro enormes legajos de papeles impresos,que contenian la coleccion casi completa de la Gaceta Mercantil. Adiestrado por la costumbre, dióse a perseguir a un toro barcino, y era de verse con qué pujanza le hacía sonar el freno sobre los lomos. Juro que la autoengrupida no pronun¬ció media docena de palabras durante todo el viaje, y no era yo sólo el que la venía carpeteando, sino que también otros pasajeros se fijaron en el silencio de la fulana, y hasta sentíamos bronca y vergüenza, porque el mal trago lo pasaba un hombre, y ¡ Este es el mal individuo, que si frecuentaba nuestras casas convencía a nuestras madres de que él era un santo, y nuestras madres, inexpertas y buenas, nos enloquecían luego con la cantinela: -Tomá ejemplo de Fulano. El temor de los costos y las dilaciones que acarrearía a los vecinos de Venezuela ventilar sus derechos a tanta distancia los hizo pasarse sin tierras en perjuicio de los adelantamientos del país, o poseerlas sin títulos con notable daño de sus descendientes, hasta que, conocido el mal en la Corte, se precavió por una Real Cédula de 1754 que cometía a las Audiencias la sanción definitiva de todo lo perteneciente a tierras ordenando, para reformar los anteriores abusos, que todos los propietarios presentasen a los comisionados del Tribunal los títulos de posesión.
Desde la funesta derrota de don Pedro Malaver se hallaba avecindado en la gobernación de Venezuela su sobrino Garci González de Silva, sujeto muy acreditado por su intrepidez y valor. Una expedición combinada de ingleses y holandeses contra la Guayana fue el primer acaecimiento del siglo XVII en la provincia de Venezuela. Tenía una novia con la cual corté relaciones bruscamente. En Caballito, la niña subió a una combinación, mientras que el gil se quedó en la acera esperando que el bondi rajara. La niña Griselda, con mohín amargo, camisetas de futbol replicas permanecía muda. Absolutamente. Los pocos hombres y mujeres que no han enganchado, se van a los toldos a jugar naipes, tan pronto como el viejo se «encocina». Además, empeñada la fundación, el viejo cerrará el negocio con Franco, de cuyos servicios necesita siempre, y más ahora que la ganadería está paralizada por el desorden de los vaqueros. El viejo sabe lo que hace. Ni tampoco digan que estoy borracho! Vea, aquí en la Asociación no hay uno que no haga gimnasia sue¬ca por algún motivo.